El desafío de ilustrar, inspirar y sorprender

25.11.18

Oratoria Consciente: estoy convencida que muchos escuchan discursos a diario y la mayoría cree que es más de lo mismo y son improvisados...





Solemos tener el desafío de correr telones para ver qué hay detrás de cada libro, de cada autor, para desafiar lo estándar y vivir una experiencia de crecimiento en la propia carrera- como lo he tenido junto a otros 40 profesionales. En este caso, para transmitir otra vez al lector de mis notas, aquello impredecible, aquel conocimiento que no se puede escribir solo leyendo un libro de una vez sin haberlo vivido.

Quienes expresamos ideas y transmitimos mensajes y -a la vez- enseñamos a decir discursos a líderes y profesionales, necesitamos de vez en cuando una lupa para, descubrir una nueva pincelada en nuestra experiencia profesional y convencernos que vamos por buen camino, o que podemos mejorar. ¿Le ha pasado?

El reto fue experimentar con un mentor -el mismo autor de su libro- quien nos brindó una catarata de experiencias, vivencias significativas y su sabiduría para poner la lupa en cada uno de nosotros como presentadores, pero con el desafío de descubrir lo mágico que es: generar una conexión genuina con otros y crear algo con esos auditorios.

En “Oratoria Consciente” Ariel Goldvarg además de repasar en su libro, respecto del contenido y forma como contexto para hablar en público, lo hace como coach en sus seminarios pero especialmente profundizando su mentoreo “en el Yo”. Este valor agregado es una propuesta superadora.
Empezar de nuevo, hasta que nos hace “click”

Todas las técnicas comprobadas, ya las había escrito, practicado y enseñado. Aquí la propuesta del mentor fue bucear cómo se puede lograr que la presentación oral ilustre, inspire y sorprenda. En definitiva, es lo mismo que hacer memorable su presentación, o estimular al expositor a ser sincero ante su público y a la vez, que ese mensaje sea trascendente en el tiempo.

Seguramente podemos mencionar a cientos de referentes de quienes hemos aprendido y fueron los que nos marcaron el camino de la oratoria y lo que significa hoy para cada uno en nuestras profesiones. También estoy convencida que muchos escuchan discursos a diario y la mayoría crea que es más de lo mismo y son improvisados, o, cambien de canal.

Pero también están quienes analizan el éxito de las carreras de tantos líderes, o en sus vidas particulares, y le den crédito total a ese orador que se conquistó al público y puso a sus seguidores en su bolsillo. ¿Cómo lo lograron?

Algunos odian a esa maestra que los hizo pasar al frente en la escuela a decir una poesía o participar del acto patrio, y también están aquellos que le deben el descubrimiento de sus habilidades a quienes le dieron el desafío de enfrentar a un público (compañeros y padres) para descubrir que ahí está su fuerte, aunque tenga que trabajar 100.000 veces esa limitación, pero en la 100.001, aparecieron sus fortalezas.

Más allá de lo técnico: Una dimensión de consciencia
Aquellas habilidades técnicas que son necesarias: el manejo de la voz, los gestos, el cuerpo, la interpretación, aún no son suficientes para constituirnos como oradores. Hay otra dimensión en el plano de la relación temporal que se crea al momento de transmitir el discurso.

Si tenemos registrada esa sensación que internamente vivimos cada vez que hablamos ante un público y capitalizamos la experiencia, lograremos asumir el compromiso personal de superarnos, yendo más allá de nuestros propios límites para trabajar sobre aquello que deseamos transformar en el otro.

Recién ahí reconoceremos que ese es el núcleo de la dimensión que a la vez permite extender un puente mágico como conexión genuina entre la audiencia y nosotros, impactándolas, pero creando algo con ellos.
Por aquí pasa la cuestión: Vivir una transformación personal, mientras hablamos; logrando una transformación en el otro. Eso es lo que autocreamos con el otro.

Por ello la oratoria puede ser mágica, consciente y transformadora, desde el aprendizaje de recursos y técnicas para dar presentaciones de alto impacto, hasta ese proceso íntimo de transformación personal que habremos de lograr junto a nuestra audiencia. En definitiva, nuestra comunicación permitirá inspirar y sorprender al público con quien compartimos una experiencia inolvidable.

Uno de nuestros tantos miedos -descalificador por cierto-, puede ser el “ya está todo dicho, ¿qué podría agregar yo?”. Y ahí una de sus reglas, llamada “100.001”.

El mensaje que habremos de transmitir (incluso un storytelling) no es el descubrimiento de la pólvora, pero, hablando de otra manera, con nuestro propio sello, nuestra unicidad, aquello que oímos cientos de veces, lo expresamos de manera novedosa en el preciso instante que esa metáfora tocó las emociones, tomó otra dimensión en nuestro público de forma impactante o reflexiva y el milagro se produce como si se oyese por primera vez, “la 100.001”. ¿Magia?

Recuerde que el tema y objetivo son la base misma de toda presentación, pero así como dijo Maya Angelou “la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”.

Mi desafío personal para con usted lector, es que usted encuentre su propia voz, esa que fluye desde su propio ser y emociona. Se comprometa con su público, se proyecte, inyecte un cambio y logre así, transformaciones en su entorno.
Entonces, ¡dígalo!

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